viernes, 30 de enero de 2009

Conmigo

Me condenaron a estar conmigo. Desde hace unas horas y quién sabe hasta cuando no tengo otra compañía que mi propia voz, que, como resuena dentro de mi cabeza, ni hago el esfuerzo de exteriorizarla. En el silencio sordo y espeso que me circunda pareciera que puedo escucharme claramente.

Así estamos: en la mitad de mi vida y ya habiendo resignado casi todos los sueños juveniles. No todos, eh. Algunos fueron reemplazados por aspiraciones más modestas. Pragmatismo. Nos damos cuenta de que ya estamos grandes cuando dejamos de ser promesa y el horizonte se achica considerablemente. Extraño esa sensación de omnipotencia, ese desconocimiento de la propia limitación. Porque la madurez, la aprehensión de la realidad, tiene un tufillo semejante al conformismo, al aceptar quedamente que uno no puede cambiar nada, ni siquiera su entorno más próximo y cotidiano.

Supongo que todavía hay alguna esperanza para mí, de otro modo no estaría haciéndome estos cuestionamientos. Algo se ha salvado. Aunque también esa pequeña rebeldía sobreviviente puede ser la causa de mis males, quien sabe. Esto de estar a medio camino no es para nada bueno. Es ni. Soy ni.

Y no me refiero a la temible barrera de los cuarenta años que ya traspasé sin daño aparente. Entre nos, tengo que reconocer que para afrontar el cambio de década tuve que tomar aire y relajarme, porque la mera idea me fastidiaba mucho. No quería, no tenía ganas. No me vengan con esas patrañas de que la juventud se ha extendido, que existen miles de trucos para prolongar la lozanía, que lo mejor está por venir. Como si se tratara de arruga más, kilo menos, ¡por favor! Volvemos al principio. ¡Se trata nada menos que de los sueños! Recuerdo cómo me imaginaba que iba a ser a esta edad y cotejo con lo que hice de mí... ¡Y el tiempo que corre y siempre nos alcanza!

La mediocridad es un monstruo que devora las voluntades más firmes y las aptitudes más notables. Apenas bajamos la guardia, ¡zas!, nos come la medianía. Y uno se transforma en un ser ni. ¿Dónde quedó ese germen de genialidad que vislumbraron nuestros maestros? ¿Qué hicimos con la capacidad que al azar genético nos legó? ¿Es falta de coraje? ¿Anestesia de ambiciones? ¿Simple desidia? ¿O será que nunca fuimos más que un espejismo, una ilusión óptica de buena factura?

Siquiera el consuelo de no darse cuenta. Pero uno es malditamente consciente de la estafa. Yo sé que tengo que pedirle disculpas a la persona que fui y a los sueños que tuve por haberlos traicionado.

Mejor pienso en otra cosa, porque la rabia me ahoga. Hoy por hoy, no puedo arreglar nada. Tampoco sé si haya oportunidad mañana. Ese falso compromiso con el mañana... “mañana dejo de fumar”, “mañana renuncio”, “mañana empiezo la dieta”. Los días lunes también deben estar hartos de ser invocados en vano. Del único momento que disponemos completamente es de este preciso minuto, ya, ahora mismo. Claro que entonces deberíamos tomarnos en serio el asunto, sin dilaciones. Por lo tanto, siempre habrá decisiones que tendrán que esperar hasta mañana.

Con esta costumbre de postergar se posponen hasta programas de lo más placenteros. ¡Qué ganas de pasar un día a la orilla del río! El río me refiere directamente a mi padre, siempre listo para ir de pesca, siempre demasiado inquieto para detenerse a mi vera. Es curioso que me resulte tan difícil acercarme a él, siendo tan semejantes. ¿Habrá un oscuro resentimiento que no logro exorcizar? ¿De dónde viene? Hay tantas excusas que uno inventa para no sufrir, para hacerse inmune al dolor, para crecer. Me pregunto qué hacían nuestros antepasados sin el psicoanálisis. ¿Cómo resolverían los estigmas que van dejando la relación con nuestros padres? ¿O simplemente no les achacaban la culpa de sus fracasos a sus progenitores? Probablemente, se harían responsables de sus actos y determinaciones, no sé. De todos modos, es mucho más tranquilizador tener alguien a quien culpar. Antes habrá sido el destino infausto, el designio adverso de los dioses. Ahora, que evolucionamos y somos más pedestres, buscamos el culpable en casa, que está más a mano.

No digo que no haya cada familia que... Homo hominis lupus. La habilidad para hacer daño a los demás es algo que hemos perfeccionado hasta la barbarie. Nadie está exento de sentir ese perverso deleite que proporciona someter al vecino. Sino, fijate en las mínimas disputas cotidianas. Lo pienso y tengo clara mi propia vileza, ejercida a diario, en dosis homeopáticas. ¿Cuántas veces he lastimado a sabiendas? ¿Cuántas otras aproveché una situación de poder sobre el otro para humillarlo?

Yo quitaría de la lista de pecados capitales a la lujuria y a la gula y pondría a la crueldad y a la hipocresía. Un glotón no jode a nadie, más que a su colesterol. Y está demostrado que el sexo es beneficioso para la salud. Yo creo que vengo bastante impoluto, sino fuera por la ira. Hasta la ira creo que se me ha domesticado un poco con los años... aunque es mejor no hacer la comprobación.

Experimento un cansancio de lo más completo, físico y mental. Perdí la noción de cuánto hace que estoy divagando aquí, porque la velocidad del pensamiento es difícil de estimar y no tengo forma de averiguar el paso de las horas. Es como un útero, uno flotando en el líquido amniótico de la nada, con la vaga sensación de que afuera pasa algo. No veo el túnel con la luz en el fondo ni me están esperando muertos familiares, por lo que intuyo a) no estoy muerto o b) estoy muerto y b-1) las historias que cuentan los que supuestamente volvieron del más allá son charlatanerías o b-2) no me esperan ni los perros.

Uf… tenía tanto para hacer hoy. ¿Alguno de los boludos de la oficina se habrá acordado de hablar con el ingeniero? ¡Y había que darle una respuesta a ese cliente que llama todos los santos días…! No lo aguanto más. Se piensa que porque paga tiene derecho a rompernos las pelotas a cada rato. Bah, que se las arreglen sin mí. Ni siquiera sé por qué lo hago. ¿Dinero? ¿Reconocimiento? Si la pasaría tan bien en una cabaña, mirando como el mar rompe sus olas, una y otra vez, inmutable, ajeno a los avatares humanos. ¿Cómo me convertí en este que soy? ¿Cuándo dejé de creer en mí? ¿Crecí?

Estoy solo. Muy solo. Bien solo. ¿Acaso alguna vez no lo estuve? OK… amé y fui amado, tal vez más de lo que me merezco. Pero ¿dejé de estar solo? Porque uno se traga todo el argumento del alma gemela, no puede sustraerse a la tentación de buscar la plenitud complementaria del otro, que casi nunca deja de ser un extraño en nuestra cama. Y queda condenado a vagar por el mundo como un patético héroe romántico decimonónico o convertirse en un maratonista del sexo, vulgarizándose, derramándose en pieles y oquedades que al otro día no podemos reconocer como territorio conquistado. En síntesis, suspiramos por la mujer etérea de Girondo mientras nos comportamos como neandertales…

Mirá si en un rato me despierto y me doy cuenta que me convertí en mina, ja. La verdad, me encantaría estar un rato dentro de una de esas máquinas infernales, no para poseerla como macho, sino para ver qué tan diferente se ve el cielo con sus ojos. Porque en ocasiones parecen marcianos, dueñas de una lógica que desafía todas las ciencias conocidas. Ya estoy diciendo disparates…

Podría dormir, pero creo que estoy dormido. ¿O esto qué es? ¿Estaré soñando? No, si uno sueña que sueña se despierta, dicen. Claridad no hay. A ver si me muevo… ¡Es como si no tuviera cuerpo! ¡Carajo! Esto está muy raro. Ahí está. Esa es mi mano, huesos, músculos, nervios, vasos, piel. Siento las partes y el todo. ¡Siento! Ahora escucho murmullos… Hay alguien ahí. A ver si me escucha… ¡Soy yo! ¡Ayúdenme!

- ¡Doctor! ¡Doctor! ¡El paciente reaccionó!
- Viejo, qué trabajo nos dio… Pensábamos que ya lo habíamos perdido. Soy el doctor Lucca. No, no se asusté, está todo bien. Tuvo un accidente y estuvo en coma una semana.