martes, 6 de mayo de 2008

Habanera

Para Octavio Carreras Leal, mi hermano

Las ciudades con mar tienen un olor especial
como de vientos salados que se mecen rebeldes.
Sus puertos multicolores y ajetreados
llevan y traen aromas de sudores y de peces,
que se esparcen por las calles con la brisa
y las acunan amorosos por las noches.

Hay una ciudad con mar que huele diferente,
distinto a cualquier mar y a cualquier puerto.
Primero es una vaharada dulce y penetrante,
como de frutas maduras, como de hombres en celo.
Vapores de mangos y de estrellas que embriagan,
como rones añejos, como sones sensuales.

Después se abre, como los corazones.
El perfume acepta los matices salinos
que generosamente regala el agua interminable
y el frescor relajante de árboles inmensos.
Pareciera que quisiera acomodarse
al olor especial de las ciudades con puerto.

Pero no. Siempre se subleva:
retornan victoriosas orquídeas y papayas.
Entonces, como una ráfaga indecente
reaparece la dulzura que emborracha.
Y me dejo seducir, sin resistencia.
Me entrego mansamente al olor de La Habana.