jueves, 24 de enero de 2008

Orfeo

Dame de tus dones el don de los tambores
que a tu rítmica cadencia
yo sabré colocarle justa rima.
O no.
O improvisaré torpemente sinsentidos,
oquedades, redundancias cacofónicas,
obviedades, esperpentos olvidables.
Sin embargo...
Amo tan físicamente la música
que brota de la lluvia o de un martillo
que las palabras, obedientes, se acomodan.
Me acomodo
para disfrutar de la fiesta de tu alma
para la danza tribal de tu poesía.
Orfeo…Y yo, Eurídice.

jueves, 17 de enero de 2008

Leyendo lápidas en Père Lachaise

Aquí yace Jane Avril, musa inspiradora,
inmortal en el burlesque multicolor del genio breve,
codeándose, coqueta y seductora,
con el poeta de la cárcel de Reading.
Allí, se aman definitivamente
el gorrión de París y el tímido Marcel,
frente a Yves, el galán, y Simone Signoret.
La llovizna tizna la tierra pelada
sobre quien supo ser Paul y también fue Eluard
y es tan sólo una parcela sin pájaros ni flores.
Isadora enrosca su fina chalina
en los fríos corredores de nichos apretados.
Sus blancos pies descalzos necesitan más espacio.
El duende de tu son, che Federico,
no descansa en paz. Descorazonado,
tu triste cuerpo tísico aún llora por la Sand.
Un disparate kitsch y setentista
acompaña al lisérgico poeta americano.
“Jim Morrison: murió joven para ser un mito”.
Y aquí Racine, y allí Molière y algún sudaca en su exilio francés.
Y el horror de Auschwitz y Dachau
en memoriales absurdos de realismo.
Me demoro sin prisa y con la lluvia indecisa
frente al mamotreto azteca de Oscar Wilde.
Beso en su frente mórbida a estos muertos ilustres,
desde mi sincera admiración colonizada.

Otra lágrima ha rodado en Père Lachaise.

jueves, 10 de enero de 2008

La Esfinge de Tebas

Para J.

¿Dónde estará aquel que sabe la respuesta?
¿Cuándo acontecerá el milagro que me permita arrojarme satisfecha
hacia la sima?
Espero a un Edipo, a un rey sin corona, sin pasado, sin futuro
que atraviese la dialéctica estéril de mi boca,
que no se deje engañar por la blandura de mi pecho
y que no tema a las garras con que defiendo bravamente
mi pedestal de monstruo mitológico.
De vez en cuando devoro algún incauto
que se acerca, atraído por el desafío milenario.
Pero ya no disfruto de mis artes ilusorias
porque me invade la melancólica certeza
de que una vez más he fallado en dar las pistas.
Otras veces, las menos, las fugaces
se detiene a mi vera algún príncipe valiente
un noble caballero, un espíritu supremo,
y mi naturaleza hierática de esfinge
se debate con mi sangre y mis entrañas.
Es entonces cuando deseo locamente
desprenderme de las zarpas,
destrozar de un beso la dialéctica,
convertirme en mujer,
para romper el mito y arrojarme a la sima de sus brazos…