martes, 7 de julio de 2009

El cuchillo

Alumbró la noche con luz acerada,
tan fría, tan cruda como aquel invierno.
El filo impiadoso hizo un sólo tajo
y mudo y soberbio a la muerte llamó.

Igual que en las coplas de un tal Federico
Un hombre caía a la vera de un río.
Relámpago ciego, verdugo de plata,
inmune a la sangre, al miedo, al dolor.

Libre del encierro, la savia bermeja
tiñó la camisa, sucia de sudor.
Y como una sierpe onduló en la tierra,

último refugio de la carne tierna.
Junto a la silueta que recorta el polvo
yacía la templada hoja del traidor.