jueves, 27 de diciembre de 2007

Desireé

Rojo y viscoso y tibio y húmedo,
letalmente vital,
con esa pegajosa insistencia de la sangre.
Así.
Con su urgencia prepotente.
Me tiño de ese rojo hasta los huesos,
como si fuera un cosmético indeleble,
para dejarme nacer en un orgasmo,
de placeres fundadores, primitivos.
Animal.
Instinto genésico, no sé.
La piel se me ha poblado de indigentes
que reclaman a los gritos por caricias
y una turba violenta de sentidos
recorre ya mis calles más siniestras.
Y yo me dejo hacer
sometida al deseo, liberada.
Roja hasta las vísceras, viscosa, tibia, húmeda.
Casi inmortal
a un paso del abismo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

American psycho

Allá va, un psicokiller matacerebros,
mataburgueses, matacínicos e hipócritas,
matamediocres.
Tan frágil como el segundo en que me roza,
apenas, a penas,
con su metralla absurda y kamikaze.
Quién diría...
Los asesinos seriales me enternecen
como no logran conmoverme los felices,
los románticos,
los simples,
los espíritus amables y discretos.
No hay amor, no hay sentimiento tan feroz
como el amor que pueda abarcar la enorme soledad
de dos dementes.
Esta breve mirada
de ojos vacíos ya de lágrimas y cielos
anticipa que nos une tal vez sólo el espanto.
Nunca se sabe.
Quizás exista el alma al fin y al cabo,
y entonces nos arrastre el miserable
el mezquino miserable sentimiento.
Yo lo miro como quien mira al relámpago furtivo
con su luz espasmódica y sublime,
con su sensual negrura, implícita y aleve.
Ahí va, el psicokiller que asesina mi cordura
con certeros disparos de palabras.
Qué más da que me hiera.
Con el tiro del final se irá esta vieja, estúpida costumbre
de pretenderme casi invulnerable.
Un asesino serial volará mi cabeza en mil pedazos
y, aleluya, seré libre de torpezas.
Una, dos, tres andanadas de verdades,
sin piedad, sin dolor, sin sutilezas
y dejaré esta ridícula manía
parabólica y estúpida manía, de creerme intacta e intocable.
Asesinos, ladrones, prostitutas
en la escoria de la carne me reencuentro.
Ya no brilles más, Diamante Loco.
La hora de tu muerte está llegando.
Treinta miradas, treinta caricias, treinta palabras
y el psicokiller habrá hecho su trabajo.