miércoles, 3 de junio de 2009

Epitafio R.

Hay que morirse y dejar un testamento.
Sólo tengo un centenar de libros entrañables,
la música del mundo empaquetada en cajitas,
mil imágenes robadas en celuloide,
reproducciones a un peso la copia
y unos cuantos amores dispersos e inconclusos.

Los heredo a quien crea conveniente
incrementar su capital con lo intangible
y esté dispuesto a revivir vidas imaginarias
y a levitar con acordes inmortales.

Fui pretenciosa y perpetré algunas páginas inútiles.
Me contenté con esbozar unos poemas olvidables
y con contar un par de historias anodinas.
Lo siento mucho: no pude evitarlo.
Escribir fue una compulsión irresistible,
un vicio, un delito inimputable.

Estos papeles no cuentan en la herencia:
me pertenecen, como mi cuerpo corruptible.
Prometo enterrarlos con mi mano y con mi lengua.
Que muerto el perro, se acabó la rabia.