Rojo y viscoso y tibio y húmedo,
letalmente vital,
con esa pegajosa insistencia de la sangre.
Así.
Con su urgencia prepotente.
Me tiño de ese rojo hasta los huesos,
como si fuera un cosmético indeleble,
para dejarme nacer en un orgasmo,
de placeres fundadores, primitivos.
Animal.
Instinto genésico, no sé.
La piel se me ha poblado de indigentes
que reclaman a los gritos por caricias
y una turba violenta de sentidos
recorre ya mis calles más siniestras.
Y yo me dejo hacer
sometida al deseo, liberada.
Roja hasta las vísceras, viscosa, tibia, húmeda.
Casi inmortal
a un paso del abismo.
jueves, 27 de diciembre de 2007
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