Alumbró la noche con luz acerada,
tan fría, tan cruda como aquel invierno.
El filo impiadoso hizo un sólo tajo
y mudo y soberbio a la muerte llamó.
Igual que en las coplas de un tal Federico
Un hombre caía a la vera de un río.
Relámpago ciego, verdugo de plata,
inmune a la sangre, al miedo, al dolor.
Libre del encierro, la savia bermeja
tiñó la camisa, sucia de sudor.
Y como una sierpe onduló en la tierra,
último refugio de la carne tierna.
Junto a la silueta que recorta el polvo
yacía la templada hoja del traidor.
martes, 7 de julio de 2009
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