miércoles, 20 de febrero de 2008

Concierto salzburgués

Miro en los ojos de ese río de piedra
que transpira la helada cadera de los Alpes.
Desde el puente espero la nota que me falta,
la ráfaga fugaz de tu genio sin tiempo.
Te escucho, joven Wolfgang de doscientos inviernos,
al pisar suavemente el adoquín de tu calle.
en esta ciudadela de monjes poderosos,
de montes horadados y comercios elegantes.
Un cementerio guarda tus huesos más amados
pero con tus cenizas no han hecho monumento.
Sólo queda la casa, un clave, una plaza,
una silla, unas hojas, souvenires, un catre.
He venido hasta aquí tal vez para encontrar
la frase que ha evitado sabiamente el epitafio:
“Wolfgang Amadeus, músico y amante,
demasiado talento para tan breve vida.”

De Salzburg de caballos ilustres, venerables,
y dulces chocolates de cenicienta efigie
me llevo un violincito, turístico y portable,
el polvo en mis zapatos, fotografías de viaje.
Pequeña serenata, enorme sinfonía.

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