Gris, como un teatro vacío y silencioso.
Como la plomiza tarde de un julio destemplado
o la cinta asfáltica de que derrite el sol de enero.
Gris, porque de ese indefinido tono neutro
están hechas las horas de la espera.
Absurda, como un piano en un salón oscuro,
que conoce de memoria la partitura del Vals Triste.
Absolutamente inútil, como una fotografía,
luego del minuto extático del bronce.
Así de vana es la duermevela del que espera.
Una mujer mira por la ventana hacia la calle.
¡Encontrar entre la multitud justo al milésimo hombre!
Por sus ojos, puedo ver que lo ha encontrado
y, lo que es peor, que lo ha perdido en el océano de almas.
Sin embargo, esperará. Siempre esperamos.
lunes, 16 de marzo de 2009
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